Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Ficciones

11/08/2023

En mi primera niñez mi padre era maestro en Ayna, localidad de la que proceden mis primeros recuerdos. Recuerdos o pseudorecuerdos, porque con el tiempo descubrí que algunos de ellos eran meras invenciones. Era real el recuerdo de mi primera mascota, que no fue un gato ni un perro, sino una piedra. Y ahora me pregunto qué pensarían los lugareños de que el hijo del maestro se paseara por ahí con una piedra de río que parecía ser su amiga inseparable, como si se tratara de un personaje de José Luis Cuerda. No era real, sin embargo, el recuerdo de que nuestra vivienda familiar estuviera a la derecha conforme se entraba en la casa de los maestros, porque en realidad estaba a la izquierda, tal y como mi padre me confirmó después. Parece que la memoria le juega estas malas pasadas a casi todo el mundo, sobre todo en lo que respecta al recuerdo de la infancia, que es como una prenda vieja y llena de rotos que nuestra mente remienda como buenamente puede, echando mano de lo primero que encuentra o que inventa. Sin ir más lejos, ahora que llevo como tres semanas sin pisar Albacete, empiezo a preguntarme si los recuerdos que conservo de la ciudad son reales o bien, al menos en parte, inventados. Es más, me cuestiono si la propia ciudad existe en la realidad o si es solo una jugarreta de mi mala memoria. También cabe la posibilidad de que la existencia de Albacete sea fruto de una conspiración, como en ese relato de Borges en el que una sociedad secreta siembra la realidad de datos y evidencias sobre un país que resulta ser totalmente imaginario. A esto podría obedecer la abundancia de noticias sobre peatones atropellados que observo en las redes sociales últimamente. Tal vez sean personas imaginarias arrolladas en calles ficticias por vehículos que no existen, como la propia ciudad. A pesar de ello, les deseo una rápida recuperación.

ARCHIVADO EN: Mascotas, Ayna, Albacete