Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Lectores

16/02/2024

Entre ayer y hoy se celebra en nuestra ciudad la Séptima Jornada de Animación a la Lectura que cada año organiza la Asociación de Amigos del Libro Infantil y Juvenil. La manera de acercar a los niños a los libros no entraña ningún secreto. Es cuestión de sentar las bases desde la más tierna infancia. Me resulta difícil no emocionarme al recordar los ojos de mi hijo, abiertos como platos, mientras yo le contaba el cuento de cada noche. Desde ahí hasta la letra impresa hubo un tránsito sencillo y natural. Y ya sólo era cuestión de tenerlo abastecido de libros adecuados a su edad y a sus gustos y dejarlo tranquilo. De hecho, todo fue bien hasta los 13 ó 14 años. En ese momento los libros dejaron de interesarle, a pesar de que en casa siempre los ha habido en abundancia. El móvil, el ordenador y la consola le proporcionaban pasatiempos que le suponían menos esfuerzo y que podía compartir con sus amigos. Lograr que un niño lea es sencillo. El reto es convencerlo de que no deje de hacerlo cuando alcanza la adolescencia. A pesar de que he escrito novelas para jóvenes, confieso que me he presentado ante los asistentes a la jornada de animación a la lectura con las manos vacías, quizás porque en el fondo considero que se trata de una guerra perdida. La única forma realista que se me ocurre para que los chicos lean es despojarlos de cualquier dispositivo que les dé acceso a las redes sociales, a los videojuegos y a las series. Pero una crueldad semejante solo serviría para crear un rechazo todavía mayor hacia la letra impresa. Ya lo he dicho en esta columna: una vez que el genio sale de la botella, no hay forma de convencerlo para que vuelva a entrar. Yo mismo no sé qué haría sin internet y sin Netflix. De hecho, a veces tengo la sensación de que ya he leído demasiado.