Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Josefina Bañón

08/07/2023

Acabo de sentarme en la terraza del Gran Hotel para escribir. La mayor ilusión de mi abuela Josefina era sentarse en una terraza de la Gran Vía madrileña para ver pasar la gente. Mi abuela era una mujer extraordinaria. Casada con un guardia civil -mi abuelo Ramón, ayudante del comandante Molina- conllevó, como las mujeres de su tiempo, la muerte de dos hijos -uno de ellos mi tío Manuel Bello- y la de su nieto, Juan Manuel, mi hermano. Era tan entusiasta de mi padre que todo le parecía lo mejor. Adolfo Suárez era un hombre formidable -para Josefina, que venía de padecer una guerra, tanto en zona republicana como en nacional, dependía de cómo evolucionaba el frente- y mi padre era gobernador civil por entonces, ya en democracia, de Ciudad Real. Cuando Felipe González -el último patriota- ganó las elecciones, Barrionuevo pidió a unos pocos gobernadores que aguantaran un poco, tal era el poder que acumularon de un solo golpe. Mi padre se negó educadamente -alguno se quedó un buen tiempo- por elemental razón política: eran vistos, pese a su legitimidad, como una rémora del franquismo y era de todo punto impropia la invitación del ministro. Recuerdo a mi padre comentar, delante de su madre, que Felipe González iba ser un gran presidente no sólo de su partido, también para toda España. Desde entonces, cada vez que Felipe salía en televisión, mi abuela Josefina repetía sonriente: «¡qué grande es Felipe Gonzalez, qué gran suerte hemos tenido!». He conocido mujeres muy parecidas a mi abuela Josefina. Pasado el tiempo de la penuria todo les parecía bien. Yo solía acompañarla los sábados de noche -enviudó muy joven- en aquellas devociones de los nietos de entonces y en su modesta casa, al mismo entrar, uno veía el tricornio del capitán Bello colgado en la pared -ese tricornio está hoy en mi despacho como un homenaje perpetuo-. Ahora, en la terraza del Gran Hotel, es muy de mañana, y en la mesa de al lado he visto a una señora de gran edad -quizá viuda- desayunándose y le he visto mirar a la gente tal y como mi abuela, desde una terraza de la Gran Vía, como algo extraordinario que ocurría una vez al año. Y en ese instante la memoria, de suyo litigiosa, ahora es calma y descansa en el recuerdo de Josefina Bañón.