Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Sospecha

03/06/2023

Qué ha de sentirse cuando anida la primera sospecha -una categórica sospecha-. Uno puede sospechar algo de continuo -que un amigo que creíamos leal se adentre por el sendero de la doblez; o que el pleito que adivinamos, de un golpe, prácticamente ganado, podría llevar, desde el inicio, una silente ruina- pero entre la sospecha y el resquemor hay gradación importante. En el resquemor hay como dos pasos consecutivos: el sentir pena por la doblez o ruina más tarde presentida y en cómo el ánimo la sufre -la pena-. Hablo de una sospecha capitular. De la primera sospecha. La sospecha capitular puede nacer de uno mismo. Sospechar que una grave enfermedad empezó su labor de zapa o que uno abandonó, hace tiempo y sin ser consciente, su creencia religiosa más íntima. Tanto en el resquemor como en la sospecha el ánimo sufre por sí mismo -la sospecha no es impelida por otro-. La sospecha adquiere su potencia cuando es inducida por otro -uno mueve al otro para darle motivo-. Y qué ha de sentirse entonces. En una de las novelas de Balzac menos apreciadas, Honorina, Balzac atiende al sentimiento de esa primera sospecha. No le interesa -por ahora- adentrarse en las consecuencias de la sospecha, en su dramático porvenir -su certeza- y sí el cambio del hombre que, de repente, es tocado por un acontecer inesperado, algo que trastoca su placidez vital y que arroja una mala resolución: habrá de confirmarla -la sospecha-, se fustigará por ello, dudará entre gratificar o alejar de sí al hombre que le previno y habrá de prepararse para ajustar cuentas con el traidor -saludo traidor, mejor ojos traidores, ay, qué terrible dolor moral que necesita la vista (revirada o de frente, pero siempre la vista)-. En Honorina, Balzac,lo ajusta del modo reservado al gran conocedor de las pasiones. Y así dirá: «me miró como Otelo debió mirar a Yago, cuándo éste consiguió despertar la primera sospecha». De siempre preferí alejar de mí al que pretende despertarme la primera sospecha -te deja inerme, sin armamento alguno, excepto el que descargas justamente en el cráneo del inductor-. Pero, a veces, nuestros inductores yerran y no logran precipitarnos por la pendiente de la desconfianza y la cólera. A cierta edad la sospecha termina por acogerse en privado como una lacra sentimental.

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