José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Bomberos

28/07/2021

El sábado a mediodía se estropeó el mecanismo automático que enciende los motores del grupo de presión que permite que tengamos agua en el edificio. La empresa que hemos contratado para estas emergencias no tardó en mandarnos un fontanero, que llegó con la misma prontitud que emplea una ambulancia para atender un caso de vida o muerte. El facultativo supo enseguida cuál era el desarreglo: la pequeña pieza que activa el encendido de los motores de la bomba de presión, pequeña como un corazón, ha dejado de funcionar, y si quieren agua durante este fin de semana, nos dijo, deben activar ustedes manualmente el encendido hasta el lunes por la mañana, cuando venga para cambiarla por una pieza nueva.
A la espera del ansiado momento del trasplante, abajo, en las catacumbas del edificio, un grupo de vecinos decidimos turnarnos cada dos horas para mantener artificialmente viva la bomba de presión, cuyo aspecto externo es idéntico al de la de Hiroshima. La pálida luz del cuartucho procede de dos fluorescentes antiguos, y un gran tanque circular de agua ocupa casi todo el espacio. Sobre el basto suelo de hormigón no hay más que suciedad apelmazada por el tiempo, una manigua de trastos viejos y de bolsas de plástico que ocultan ropa de faena sin lavar y, estratégicamente situadas, varias trampas para roedores y cucarachas. La humedad de la covachuela y la fría disposición en fila de tuberías favorecían el ambiente de desolación que me rodeaba mientras estaba atento al percutor para levantarme de la butaca y activarlo.
Como de la necesidad hay que hacer virtud, desde este inframundo comprobé que uno llega a conocer las costumbres y horarios higiénicos de sus vecinos siguiendo los latidos de la bomba de presión. Entre las ocho y las nueve y media de la mañana, el percutor salta cada cuarenta segundos; hacia mediodía, cuando el edificio queda deshabitado, el motor se para unos quince minutos; a mediodía y al atardecer, el frenesí te impide sentarte apenas un instante. Y, pensativo en estas cuentas, por un momento también sentí que yo, como un dios en las tinieblas, regía el bombeo de agua por las venas de peuvecé de todo el edificio para la supervivencia de todos.