José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Sanchismo y quijotismo

27/04/2022

Me preguntó mi hijo hace años quién querría ser si pudiera reencarnarme en un personaje real o ficticio. Al principio no supe qué responder porque nunca he creído en la reencarnación; tras la muerte sobreviene un vacío de eternidad que deseamos colmar de esencia divina para no imaginarnos la angustia que genera el vértigo de la nada. Esto no se lo dije, claro; demasiado pomposo para un adolescente. Pero al final entré en el juego y le respondí que querría ser como don Quijote. Le entró la risa. Vale, papá, y yo Sancho Panza.
Ha pasado el tiempo y, en estos días cervantinos, he recuperado de las gavetas de la memoria aquella respuesta. Y la suscribo. Ser un quijote, dice el Diccionario de la Lengua Española, supone anteponer tus ideales y obrar de manera desinteresada y comprometida en defensa de causas justas. Ser un quijote, en efecto, equivale a desasirse de lo mundanal y elevarse, gracias a los libros y a la cultura, hacia una esfera más alta, la esfera de los ideales nobles que solo pueden ser observados y cumplidos con los ojos del alma: ya fuera enfrentándose a la corrupción, a las injusticias y a los abusos de los poderes establecidos aun a riesgo de ser perseguido, burlado o apaleado, o defendiendo a adarga y a espada derechos esenciales como la libertad, la paz y la igualdad entre hombres y mujeres, o abanderando la bondad y la caridad en todos los ámbitos de tu vida, merecería la pena ser un quijote. Pero estaríamos incompletos sin esa parte de realidad, de mundanidad que representa un sancho: hay que actuar impulsado por ideales sublimes sin olvidarte de la terrible y polvorienta existencia terrenal. Por eso, don Quijote, conforme se acerca el final de la novela y de sus días, y ya recostado en su lecho de muerte, desciende de las alturas invisibles de los ideales para morir abriendo los ojos del cuerpo y asumiendo la triste verdad visible del mundo y de su caduca existencia. Sanchismo y quijotismo cabalgan en comunión genética, y así se autorretrató Cervantes cuando escribió su novela, como un quijote y un sancho inseparables, como un padre y un hijo de la mano. Los académicos de la RAE deberían revisar estos dos conceptos, adaptarlos y enriquecerlos.