Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Don Evaristo y el magnesio

20/04/2021

Marzo se ha llevado por delante a un hombre bueno, pionero del deporte albacetense, como fue don Evaristo Cantos, natural de Mahora. Y uso con él este tratamiento de respeto, porque era profesor mío de gimnasia en aquel añorado Colegio de los Salesianos de Albacete.  Allí, en su viejo gimnasio, ubicado al lado de los lavabos que limpiaba con fruición la señora Amalia, don Evaristo ejerció su magisterio en la asignatura de gimnasia, junto a otro grande como es el padre salesiano don José Luis Ramos (conocido por Luises). Don Evaristo enseñaba a los «pequeños» (hasta quinto de EGB) y don José Luis a los «mayores» (de sexto a octavo). Don Evaristo era más de gimnasio, de trabajar las espalderas, los saltos del potro y plinto. Don José Luis de campo abierto. Don Evaristo adoraba dos especialidades, muy difíciles, como la barra de paralelas y esas anillas donde reinó el malogrado Joaquín Blume, a quien admiró. Don Evaristo sacó varios chavales de Salesianos (como Alcantud o Sevilla), que lograron hacer lo más difícil en anillas: el cristo, la cruz invertida y la plancha. En 1983 obtuvo el subcampeonato de España. Conmigo poco pudo hacer salvo que logré, a base de mi pundonor, el salto interior del potro, que no dejaba de tener su riesgo. Aún siento en mi cogote la palmada de felicitación de don Evaristo, siempre embutido en su chándal verde con rayas blancas. Fue, además, un pionero de los gimnasios en Albacete junto a su mujer Llanos. El primero lo abrieron en la calle Pontevedra. Luego el Atenea en la calle Concepción y en los ochenta abrió el Palas en la de San Antonio, el mejor gimnasio de Albacete, inaugurando el squash en la ciudad. Su hijo, Josemi, les regaló el orgullo de padres al verle en lo más alto de la gimnasia. Don Evaristo, al que ahora despedimos, nos legó el amor por la gimnasia, pero en particular nos regaló una lección para la vida. Ahí va. Incidía mucho en untarnos bien las manos con magnesio en polvo antes de tocar los aparatos. Un día nos dijo: «las anillas son como la vida, huelen el miedo. Agárrense con magnesio. Y pase lo que pase, como en la vida, nunca suelten las manos». Qué verdad, don Evaristo. Gracias por su ejemplo.