José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Helor

20/01/2021

Mi infancia son recuerdos de una cama de sábanas frías y húmedas por el helor. Nada de limoneros que maduran en los huertos y patios, como escribió el poeta. Mi infancia lleva la rúbrica del frío y de un invierno que nunca se marchaba, de un invierno que aún siento urdido en mis entrañas cada vez que me derriban la lumbalgia y la fiebre, como ahora. De ahí mi fobia al frío doméstico y mi querencia por los climas cálidos. Creo haber leído un sentimiento similar en un libro de Juan José Millás.
Una casucha en medio de la nada, en medio de un entumecido silencio injertado por el abandono, de un silencio solo roto por los aullidos nocturnos de irascibles perros que merodeaban cerca. Alrededor todo era barbecho y frío, mucho frío. La casa era una mancha pálida del campo como una detonante pincelada impresionista. Ahí pasé mi niñez y parte de mi adolescencia. Las paredes exteriores eran cómplices de la helada, que se corporeizaba en niebla y escarcha y se adhería a los muros como una baba viscosa. El calor de la chimenea del salón era incapaz de penetrar el pasillo, en forma de ele, que en invierno era la imagen de una inhóspita y negra cueva en cuyo extremo se encontraba mi habitación, mi aterida y lóbrega habitación. Ni siquiera un radiador eléctrico, que solo se enchufaba una hora al día por eso del ahorro, devolvía al calor de la vida el triste habitáculo.
Desvestirme entre el frío para ponerme al instante el gélido y húmedo pijama suponía una tortura para un niño que siempre arrastró una salud quebradiza. Y luego las sábanas glaciales y crudas de aquella cama de somier metálico, sábanas como sudarios que me sumergían más en la titiritera y en la fiebre que en el sueño.
Todos los recuerdos del pasado son hondones de agua turbia en cuya base reposan, callados, sentimientos de luz o de oscuridad, de calor o de frío. Cuando enfermo, siempre vuelvo a los inviernos de mi infancia y en ellos se agitan estremecidas resonancias de fiebres, toses y lumbalgias atrapadas en el erizado perfume del helor de las sábanas de mi cama.