Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Palacio de deshielo

16/03/2021

Corría febrero del pasado año. El director americano Terrence Malick, un genio estratosférico de la cámara, acababa de estrenar su película Vida oculta. La historia real de Franz Jägerstätter, un modesto agricultor austríaco que pagó un alto precio por mantenerse fiel a su moral católica y no jurar lealtad a Adolf Hitler. Mi mujer y yo, seguidores de Malick, elegimos para verla el Palacio de Hielo de Madrid, un complejo de ocio inaugurado en 2003 y situado en la parte alta del norte de Madrid. Hacía mucho tiempo que no lo pisábamos, desde aquellos años en que nuestra hija patinaba de pequeña. Compramos las entradas, y como quedaban escasos minutos para entrar a la sala, me quedé observando, a través de una amplia cristalera, la olímpica pista central de hielo (casi 2.000 metros cuadrados), donde niños y niñas con sus padres, incluso con sus abuelos, pasaban un buen rato deslizándose con sus patines de cuchillas. Una imagen familiar y tierna. Acabada la película, e impactados por su extenuante belleza y emoción, eché una última mirada a aquella divertida pista de hielo, deseoso de conectarme a la vida tras lo visto. Tan solo un mes más tarde, esa misma pista fue convertida en la mayor morgue de España. Allí donde patinaban los niños, se puso un tapiz verde para alinear y conservar a más de 400 féretros, víctimas de la Covid-19. Incluso un medio de comunicación nacional, en un ejercicio de impudicia informativa, preñado de morbo y sensacionalismo, publicó las impactantes fotos. Cuando el complejo se cerró como morgue, se organizó un acto oficial en recuerdo a esas víctimas. Y la vida siguió. Los chicos volvieron a patinar sobre el hielo que conservó los ataúdes. Igual había ocurrido en Las Ramblas, donde turbas de turistas pisaron con indiferencia ese paseo de muerte tras el atentado de 2017. La pista de hielo de Madrid convertida en una morgue es una metáfora de la vida. Al final, no dejamos de ser un baile de huesos que danzamos en un palacio condenado al deshielo. No aplacen nada, es la gran lección a extraer de este tiempo.