José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


El orgullo de Albacete

21/04/2021

Hay espacios y rincones que salen de la insignificancia y se les adhiere un aura de excelencia cuando conocemos que han sido visitados o habitados por almas renombradas. Sentir el centelleo emocional que de ellos se desprende es fácil. Yo paseo el parque Abelardo Sánchez con emoción contenida cuando observo las derrotas bordeadas de árboles y acompañadas de fuentes y estanques por las que pasearon Azorín y Lorca; entro con veneración en la Posada del Rosario al sentir que entre sus muros pernoctó Cervantes; nuestro recinto ferial, los edificios modernistas de la calle Ancha y el interminable llano manchego que se extiende como una túnica desde Chinchilla hasta el Poniente son más luminosos y vivos desde las palabras emocionadas con las que Miguel de Unamuno las describió en septiembre de 1932.
«La soledad fecunda de La Mancha, reposadero y a la par acicate para el ánimo. Llano que nos convida a lanzarnos al horizonte, que se nos pierde de vista según se gana, que no se pierde en el cielo; que nos llama al más allá». Con estas palabras comienza el artículo «Dos lugares. Dos ciudades» que Unamuno publicó el 23 de septiembre de 1932 en El Sol. Chinchilla y Albacete. Unamuno anduvo por las callejuelas vacías y despobladas de almas de «la noble ciudad de Chinchilla de Monte Aragón», por sus caserones blasonados, tras cuyas rejas «vagan las sombras espirituales de los antiguos hidalgos de alcurnia, madrugadores y amigos de la caza, como Don Quijote». Y luego bajó hasta Albacete, donde conoció nuestro parque, el parque también de Azorín, Lorca y tantos otros, parque que definió como «pinar espacioso y bien plantado que alegra cielo, tierra, pecho y vista»; y en la calle Ancha admiró sus «edificios nuevos de una modesta monumentalidad barroca y bancaria» y la «fornida jamona de piedra que representa a la Fe», sobre el tímpano del colegio notarial; y se maravilló, en fin, de nuestra Feria, «el orgullo de Albacete», escribió el rector.
Hay espacios que laten sin tiempo y en silencio cuando acompasamos su pulso con el nuestro. Ahí están, a nuestro lado. Su soledad armoniosa nos acompaña siempre que nos paramos a atenderla.