José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


‘Homo videns’

17/03/2021

La gran revolución cultural de la historia de la humanidad aconteció cuando los libros manuscritos sobre pergamino salieron por vez primera de las alturas monásticas y palaciegas y, gracias a la imprenta, descendieron convertidos en papel hasta las austeras calles de las ciudades. La cultura, entonces, se generaliza y es además un signo de distinción en Europa: no bastaba con ser un comerciante rico o un noble reconocido en el campo de batalla; se imponía la cultura como requisito de prestigio social. Recuerden el anónimo sepulcro de alabastro del Doncel de Sigüenza, tallado a finales del siglo XV, de autor anónimo: en él, se representa al joven Martín Vázquez de Arce, caballero de la Orden de Santiago, no en posición yacente, sino reclinado sobre el brazo derecho y con un libro abierto entre las manos. El Homo sapiens sapiens se está transformando en Homo Legens, en hombre que lee, que investiga, que escribe, y será a partir del siglo XIX, con la prensa y con el nuevo auge de la imprenta, cuando se complete la evolución.
Sin embargo, cinco siglos después de que Gutenberg imprimiera su primera página, fue entrando en todos los hogares la televisión, y, tras ella, reproductores de vídeo, ordenadores, móviles… El universo de la pantalla comenzó a ocupar el espacio dedicado a la lectura, y el hombre, en las últimas décadas, ha sustituido los infinitos y fértiles campos del pensamiento abstracto por el pienso sintético de miles de imágenes que malnutren el pensamiento emocional. El Homo Legens, en vía de extinción, ha evolucionado al Homo Videns, como lo definió el sociólogo italiano Giovani Sartori.
Las consecuencias de esta involución son evidentes en las aulas: los nacidos en las últimas tres décadas ignoran la libertad de pensamiento y la capacidad de abstracción que regala la lectura pausada y comprensiva de un texto, una libertad que ha sido destronada en las civilizaciones actuales por la esclavitud teledirigida desde una pantalla. Hemos vuelto, sin duda, a una Edad Media sin libros, aletargada por los cantos de sirena de la tecnología.