José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Contactos

23/12/2020

Aún conservamos, en el cajón del mueble donde estaba el teléfono fijo, el flacucho listín con los números de familiares, amigos, conocidos y otras autoridades. Sus 30 hojas -más o menos una por cada letra del abecedario- tienen más de 20 años, la misma edad de la casa, y están más sobadas que el tígitur -el «Te igitur» era la página más leída del misal-. Las que corresponden a las letras más frecuentes están saturadas de nombres y números, y algunas de ellas, por la frecuencia de consulta, se han despegado del estrecho lomo; están tan juntas las anotaciones, que incluso hoy en día me cuesta relacionar las letras con las cifras y las cifras con las letras, y hay casos en los que, como un paleógrafo, debo detenerme para descifrar con calma lo que escribí hace un par de décadas. Algunas tachaduras corresponden a profesionales cuyos servicios no nos satisficieron, a amistades de ocasión que se derritieron por el camino o, lo que es más triste, a familiares que fallecieron.
No sé ahora qué hará, pero, hace unos años, la compañía telefónica asignaba un número dado de baja a un nuevo abonado. Siempre lo he considerado un robo de identidad, como si tu DNI, al fallecer, se lo pegasen, como un cromo, en la frente de otro. Lo cierto es que lo constaté por casualidad; varios meses después de fallecer un tío abuelo, releí su nombre y su número en el listín y llamé movido por la intriga. Al descolgar, una voz malhumorada por la interrupción me contestó: «Ferretería González, dígame». Qué desolador comprobar que ese número nunca te llevará más a la casa de tu familiar ni al cálido salón donde estaba el teléfono ni a la voz hogareña de tu pariente fallecido.
Lo cierto es que, por respeto a la memoria de los que ya no están, los nombres y teléfonos tachados del listín no los he eliminado de la agenda de contactos de mi móvil. Hacerlo supondría sepultar con la losa de la eternidad la única posibilidad de comunicación que me queda con ellos. De hecho he pensado que mi número formó parte de la identidad de otra persona cuando me han llamado y se han disculpado al creer que era ella.