Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


Asesorcetes

24/11/2020

Los políticos son la única especie a la que se le supone    -y tolera- que no tengan ni repajolera idea de lo que les ocupa cuando llegan cada día a su lugar de trabajo. Por eso se les aguanta que, desde una habitual y supina ignorancia del área desde la que gerifaltean, tengan que rodearse de gente a la que sí se les supone destreza en dichas lides. Entonces es cuando el mandamás de turno, en vez de confiar en los técnicos ad-hoc -que son los que a sabiendas le van a sacar las castañas del fuego- se rodea en demasiadas ocasiones de asesorcetes, es decir de una mixtura entre asesores y amiguetes. Para formar parte de esta pléyade de elegidos para la gloria es más determinante ser íntimo del concejal, diputado o ministro de turno, que atesorar importantes conocimientos en la tarea a ayudar. También uno puede convertirse en asesorcete por otras vías. Por ejemplo, haciendo fotocopias -o llevando cafés- en la sede local de un partido durante largos años o simplemente por no tener ni oficio, ni beneficio. Siempre por méritos propios. A los asesorcetes no se le hace examen alguno, ni se les exige título que acredite que son expertos en algo. Ni siquiera fichan, como sus jefes. Hacen lo que les da la gana, entre ellos, y a la sombra. Lo que sí se les impone desde que estrenan el cargo a dedo es un sueldazo -desde 2.200 euros y para arriba al mes, como en nuestro Ayuntamiento- para que les haya merecido la pena, dejarlo todo -¿o nada?-, en beneficio de aventurarse en el confortable y sabroso mundo del asesorcismo. Nos enteramos de que a un selecto grupo de 27 personas de confianza municipal -aquí hay tantos asesores y asesorcetes como ediles, sí- se les acaba de subir la nómina hasta en un total de 356.000 euros a repartir. Porque ellos lo valen. Y algunos se han venido arriba, claro. Ya reclaman hasta despacho propio. Grande y soleado, a poder ser. Seguro que querrán vacunarse los primeros. Fijo.