José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Un año

10/03/2021

Un año se cumple esta semana del anuncio del estado de alarma por emergencia sanitaria derivada del coronavirus. Aquel sábado en que el Presidente del Gobierno ordenó la paralización del país y el obligado confinamiento domiciliario de todos los ciudadanos nadie pudo hacer un cálculo mínimamente aproximado de las terribles consecuencias pandémicas que íbamos a padecer: hundimiento de la economía, hospitales colapsados, ancianos abandonados en sus casas o en los geriátricos, la ansiedad y la angustia que emergían del desconcierto general y ese ir y venir incesante de coches fúnebres que solo circulaban de noche para evitar el pánico social. Terrible.
Quizás no sea este el mejor momento, pero siempre viene bien asomarse a la ventana del pasado y sentir el aire del vértigo que se genera de los malos recuerdos, de las experiencias que nos han marcado de una manera trágica, y así vencer el miedo y la náusea mientras nos agarramos con firmeza en la baranda del presente. Yo lo he hecho y solo hallo indignación y una enorme impotencia. Intento por todos los medios adoptar una actitud comprensiva y empática con los que asumieron la gestión de la pandemia, pero no puedo, me siento incapaz, probablemente porque aún están abiertas muchas heridas que tardarán mucho tiempo en cerrarse. No puedo empatizar con quienes tergiversaron información y datos, ni con quienes mostraron incapacidad e incompetencia y no quisieron delegar la coordinación en manos expertas; no puedo vestirme de comprensión ante quienes, durante años, no han querido invertir más en educación ni en investigación porque este tipo de políticas no les generaban votos a corto plazo.
Siempre hay que analizar con calma el pasado para afrontar con firmeza el futuro. Algunos apocalípticos -que siempre aparecen en situaciones desesperadas- están convencidos de que esta pandemia es un aperitivo de lo que se nos echa encima. Allá ellos. No me gustan las especulaciones. Pero algo sí hemos aprendido: a verificar con ojos muy abiertos la vileza y, a su vez, la vulnerabilidad del género humano.