Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Rafa ‘El zapatero’

31/10/2023

Albacete enterró el jueves como se merecía a Rafa El zapatero. Así lo conocíamos en nuestra familia desde aquellos años 80 cuando nos lo «fichó» el bueno de Pedro Sarrión, quien también levantó pronto su vuelo hacia la Eternidad. Entonces, Rafa era zapatero en el Barrio de las Carretas. Su figura, barbuda y oronda, recordaba al héroe operístico Idomeneo, rey de Creta. Y ese fichaje del Sarri fraguó en amistad sincera. Hasta aquel Madrid universitario de la movida llegaba de vez en cuando el bueno de Rafa, acompañándonos en saraos y partidos en el viejo Estadio Calderón. Rafa nos ayudaba a los hermanos Galiacho en lo que ya emprendíamos. Como en aquella clandestina emisora Onda 1, cuyos estudios estaban frente al cine Goya, o en las multitudinarias «24 horas deportivas de la UNED». Incluso compartimos con Rafa tardes feriales de circo. Afición secreta que ahora en su funeral se ha despejado genialmente. Pero sobre todo nos unía el vicio taurino. Luego, la vida nos fue dispersando por caminos diferentes, hasta que cuando murió nuestro padre, Rafa reapareció teniendo un comportamiento ejemplar. Sí, en ese mismo tanatorio donde, paradojas de la vida, el toro de la muerte lo estaba esperando. Y luego otra vez el toreo nos volvió a unir. Como en aquella tarde ferial cuando, tras brindarme el gran Sergio Serrano un Victorino, Rafa ordenó cortar la cabeza de aquel Hechicero. Encargando al bueno de Basilio Mansilla que hiciera una obra de arte de la taxidermia. Ese era Rafa. Siempre pensando en el otro. El pasado mayo nos fuimos a Cordovilla a por la cabeza del toro. Charlamos, mano a mano, de la vida. Andaba desanimado: «la gente está anestesiada». Pero como poseía esa pócima secreta del escéptico, que es el sentido del humor, enseguida te cambiaba los terrenos hacia la esperanza en el ser humano. La muerte de Rafa es un golletazo en esta dura piel que ya asoma un boquete por los amigos que se fueron. No pude, por trabajo, despedirle. Él lo hubiera hecho conmigo. Pero decidí cumplir con su último consejo: «Galiacho, cuida tu pan de Madrid». Cuando vi la vuelta al ruedo con su féretro, me sentí orgulloso de mi Albacete. Pero qué bien enterramos a los nuestros, me dije. ¡Ay, compañero del alma, Rafa, que la tierra te sea leve!