Antonio García

Antonio García


Guiñol

27/05/2024

El conflicto entre Argentina y España, que tiene más de sainete que de tragedia, nos ha hecho recordar a los más provectos del barrio Las noticias del guiñol, ese programa de hace unos 30 años, a su vez calco del británico Spitting Image, donde políticos y famosos, reconvertidos en monigotes de una verosimilitud hiperrealista pese al componente caricaturesco, actualizaban el viejo tinglado de la farsa. Tres décadas después, un programa así no tendría razón de ser entre nosotros porque los monigotes han cobrado vida verdadera. Es cierto que algunos políticos dan más perfil de monigote que otros, y no cuesta nada imaginar a Óscar Puente y a Javier Milei revestidos del látex y portando una amenazadora garrota, a Yolanda Díaz fingiendo escrúpulos de princesita ñoña o a Pedro Sánchez de providencial guardián del castillo. Pero estos muñecos contemporáneos están emancipados: no necesitan guionistas porque componen sus propias líneas de diálogo, ni requieren del concurso del titiritero porque se mueven solos. Son clones de muñecos, un producto más logrado que el de la inteligencia artificial. En contrapartida, si los que gobiernan nuestros asuntos son personajes de guiñol, cae por su peso que los que asistimos al espectáculo de su querella somos los niños de la función, y como tales nos tratan cuando nos conminan desde el tablado a portarnos bien, a no decir falsos testimonios ni mentiras, a no insultar al prójimo, a ser buenos en suma, contraviniendo nuestra fogosidad pueril. Desde nuestro auditorio intercalamos algún que otro grito de sorpresa o de advertencia, jaleamos o amonestamos sin mayores consecuencias sobre el desarrollo de la obra, porque el espectáculo debe continuar. Toda España es un guiñol.