José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Adagio

11/10/2023

Para Encarnita

Se acercó a mi mesa con gesto ausente. Sus pies temían herir el suelo y, mientras llegaba, soslayaba las sillas de la terraza con suavidad, impulsada por el primer remusgo del otoño, como una hoja caída, sin vida. Rara vez se ve una pareja tan unida, compartiendo amor, admiración y sosteniéndose en las tormentas, por lo que a nadie extrañó que lo cuidara los últimos seis años como lo habría hecho una madre con un hijo agonizante, sin ayuda externa, alimentando de besos y de espumas el aire que él respiraba.
Con la muerte de Ramón, la presa se fracturó y anegó los pocos brotes verdes que quedaban en ella. Toma, él quería que esto fuera para ti. La bolsa contenía un par de biografías, una antología de poesía taurina y un cedé de música clásica. Hablamos durante una media hora, compartimos la emoción de los recuerdos y sentimos por un instante que Ramón nos acompañaba en la otra silla y escuchaba nuestras palabras agrietadas por la ausencia.
Yo no sabía nada de Josep Teixidor; ni siquiera en las emisoras de música clásica lo había escuchado. Ramón nunca me habló de él, pero quiso que sus cuartetos de cuerda formaran parte de mi colección. En el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia leí que el ilerdense fue un magnífico organista y que es considerado el primer historiador de la música española con su Tratado fundamental de la música, de 1804. Compuso poco, pero sus seis cuartetos destacan sobre el resto. El adagio del primero es magistral. En poco más de tres minutos gozas de una escena otoñal en la que el primer violín imita a una hoja que acaba de desprenderse de su rama, y a este se suman enseguida los demás como otras hojas descendiendo y elevándose, huyendo y buscándose, revoloteando y persiguiéndose como mariposas de alas secas, sostenidas por el viento de un chelo melancólico y decadente, viento que en los últimos compases agoniza, posa en el suelo las hojas y finalmente enmudece. Después de escuchar el adagio, sentí que caminaba sobre esa seroja y que, a los pocos pasos, sorprendía a una dama rejuvenecida que dormía de lado y de cuyos plácidos labios somnolientos solo se oía un nombre, transparentado ya en las hojas:Ramón.