José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Rubi

06/09/2023

Rubiales ya no cae bien a nadie. Escribir esto ahora que han crucificado al de Motril desde casi todos los ámbitos sociales, mediáticos y administrativos suena a gratuito, pero raras veces me falla la intuición desde el momento en que escucho a alguien y observo su comportamiento. Y en Rubiales, en su tono de voz y en su lenguaje corporal y facial, veía al clásico portero de discoteca con traje y corbata que te mira con desprecio y que te responde sin mirarte desde la pobre altura de una oratoria sin oratoria. Un señor en el bar dijo que Luis Rubiales es un Curro Jiménez mal imitado. Creo que anduvo certero. A pesar de sus botas de monta, de su chaquetilla, de su gorro negro y de su camisa abierta, el bandolero televisivo, además de más pelo lucía más clase y caía bien: era caritativo con los débiles y, con un trabuco en la mano y la navaja apretada bajo el fajín dando a entender que era un macho alfa sin parangón, sabía comportarse ante las damas. El de Motril pretende imitar al bandolero impostando su voz chulesca, andaluza y cazallera y dibujando su misma sonrisita trabucaire; sin embargo, Curro es un personaje de ficción y solo gusta desde la distancia que va desde el sofá al televisor.
La cabra siempre tira al monte, y si no lo hay se las apaña para ascender a otras cimas, como el palco de autoridades en la final de un Mundial de Fútbol. Los gestos macarras del de Motril y el sobeteo de su verija al lado de la reina de España y de la infanta Sofía, tan chabacanos y censurables, fueron motivo suficiente, sin necesidad de más imágenes ni palabras, para que Rubiales presentara su dimisión antes de que se fuera a dormir. Hay disculpas que enferman de anemia si no van acompañadas de actos honrosos; quién sabe si un sueldo anual de casi un millón de euros pesa tanto que le impide a uno levantarse e irse.
En los piquitos festivos tras un triunfo futbolístico para qué entrar si es mejor evitarlos porque se malinterpretan, desembocan en tribunales y salen más caros que un entierro, y si no que se lo digan a Íker y a Sara -con los que se comparó Jenni entre sonrisas y chanzas-, o a Shakira y a Piqué, con el que tan buenos negocios firmó Rubi, sin trabuco ni faca, pero sí con traje y corbata, como a él le gusta vestir.