Pese al ocultismo y la manipulación que puede esperarse de un país como Rusia, lo cierto es que la pandemia allí ya contabiliza más de 350.000 muertos y se superan los 16 millones de contagiados; datos ante los que cualquier mandatario normal y humano estaría centrado en la prioridad absoluta de luchar contra la plaga sanitaria y de dotar a su pueblo de la mayor seguridad y atención sanitaria posible. El combate contra la pandemia sería la única guerra que reuniría todos los esfuerzos de la nación y sería contra natura laminar esa prioridad y lanzarse a una acción bélica, a una verdadera guerra, contra un pueblo vecino, un país hermano,  para causar su destrucción e invadirlo de muerte y destrucción. Pero es evidente que no es este el caso, al frente de la gran madre Rusia hay hoy un hombre de escasa humanidad, un personaje que se ha convertido ya en el más tenebroso y oscuro protagonista de los que llevamos de siglo XXI. Al frente de ese inmenso país lo que hay es un verdadero sátrapa que gobierna despótica y dictatorialmente sin importarle en absoluto el sufrimiento y las consecuencias de la sinrazón de sus acciones de un mal y criminal ejercicio del poder.
Este sátrapa de rostro frío e impenetrable que responde al nombre de Vladimir Putin y que está más cerca del maquiavélico Rasputín que de un glorioso zar ruso, está demostrando que además podría interpretar y superar con creces a cualquiera de los grandes villanos cinematográficos de la saga James Bond. Lo terrible es que no es una ficción, estamos ante la realidad de un mundo que merced a la vileza y crueldad de este criminal de guerra vive sus momentos más tensos desde la II Guerra Mundial.