Elena Serrallé

Elena Serrallé


Perdóname

05/05/2021

Sólo las almas valientes piden perdón. Sólo los corazones generosos lo conceden. 
Todavía sigo debatiendo con mis pensamientos qué me parece más difícil, si pedir perdón o perdonar. Para hacer lo primero hace falta un espíritu noble y capaz de verbalizarlo, porque eso precisamente es lo más costoso, decirlo, pronunciarlo para que sea escuchado. Admiro a las personas que saben mirar a los ojos cuando se disculpan, sin huidas. Me impresiona su seguridad y confianza en ellas mismas, me abruma esa sinceridad sin complejos, admitiendo su imperfección. El mejor argumento para callar la boca que escupe reproches es pedir perdón. No encuentro una manera más hábil de descolocarla. La humildad de los grandes. La estrategia de los inteligentes.
Perdonar exige una alta dosis de bondad. El que acepta la disculpa se ha de comprometer a exiliar el rencor, a resetear, a borrar el dolor, de lo contrario, será un perdón postizo, un boceto, una mentira. Exige la promesa de desoír a la memoria, de no guardar en el cajón de las cuentas pendientes, de conceder oportunidades, por eso es más complicado perdonar a un amigo que a un enemigo. Es la mayor muestra de altruismo, incluso de amor. Nada libera tanto como perdonar. Nada renueva tanto como olvidar. Soltar lastre.
Nos cuesta,  nos cuesta mucho tanto lo uno como lo otro. Supone una limpieza de orgullo, de soberbia, de complejos y un ejercicio de solidaridad, de empatía pero, cuando se encuentran ambas decisiones, es algo simplemente maravilloso.