Elena Serrallé

Elena Serrallé


La silla vacía

23/12/2020

No está. Lo buscas en tus recuerdos mientras tu garganta te impide tragar y tus ojos acompañan ese nudo y se inundan de tristeza llorando su ausencia. Este año no está. Su silla vacía te lo recuerda cruelmente, como si hubieras sido capaz de olvidarlo. La primera Nochebuena sin él, sin sus chascarrillos y anécdotas de la mili, sin su rostro surcado de arrugas veteranas cargadas de sabiduría, sin su mirada callada observando la preciosa familia que fue capaz de crear, sin sus manos castigadas por el paso de los años, sin su aroma, el que te resistes a perder abrazando a escondidas su ropa, sin repartir el aguinaldo entre sus nietos que, pacientes, formaban la fila delante de esa silla, hoy vacía. Lo esperas pero no vendrá. Ya no vendrá.
Y te enfadas, y exiges una explicación porque necesitas entender tanto  dolor, algo que justifique esto que consideras un castigo del destino. Y ahí está esa silla vacía, hoy más presente que nunca. Que nadie la toque, que nadie la mueva un milímetro, que nadie se atreva a ocuparla, que es suya y de nadie más. Sin ser del todo consciente la miras y le hablas, le cuentas que lo echas de menos, que no sabes qué hacer con los besos que se quedaron pendientes, que le pides perdón por vivir siempre con prisa y no dedicarle el tiempo que merecía. Le confiesas que te sientes más niña y más perdida que nunca y que le das las gracias por tanto y tan bien.
Y, haciendo un esfuerzo titánico, dibujas una mueca que quiere ser sonrisa porque a pesar de todo, es Navidad.