Elena Serrallé

Elena Serrallé


Porque yo lo valgo

29/09/2021

Hace unos días escribía, precisamente en este mismo rincón, acerca de lo que nos cuesta expresar verbalmente algo positivo de otra persona y decirlo mirando a los ojos, felicitando por el cocinado de algún plato rico, alabando el nivel de su discurso, admirando su estilo vistiendo, o cualquier otro comentario del tipo. Hoy en cambio vengo a poner el foco en que también debemos aprender a encajar esas felicitaciones u opiniones sin mostrarnos huidizos o restando importancia al halago.
Siempre reaccionamos minimizando el gesto y reaccionamos con «qué va, si esta receta es supersencilla, se prepara en dos minutos», (pero es que no te he preguntado cuánto te ha llevado su elaboración); «¿qué dices?, si estaba muy nerviosa, me he equivocado en dos ocasiones» (ya, pero es que no me he fijado en los errores), o, para finalizar con los ejemplos, «¡anda, ya! si son dos trapos que me compré en el mercadillo», (estupendo, pero es que no necesito saber dónde los conseguiste). ¿Os dais cuenta? Todo el rato estamos despreciando nuestros logros, desacreditándolos, mermándolos, apagándolos. ¡Qué puñetera manía la nuestra de hacer gala de esa falsa modestia!
Con lo sencillo que sería contestar con un agradecimiento sincero y punto, sin más coletillas, sin retahílas superfluas que maquillan y estropean la respuesta.
Qué bonita es la gente auténtica, la que camina sin capas de hipocresía, la honesta en su palabra, la de conversaciones de verdad, aunque se hable del clima, la que no esconde sus emociones en frases prefabricadas y huecas.