Una de las cruces que arrastra el candidato socialista a las elecciones del 23 de julio, es la cantidad de mentiras que ha proferido en sus cinco años de presidente. Sus adversarios no solo le acusan de mentiroso sino que lo demuestran tirando de la hemeroteca. Para deshacerse de este sanbenito Pedro Sánchez ha acudido a los medios de comunicación para aseverar: «Yo no miento, simplemente cambio de opinión».
No puedo menos de manifestar mi satisfacción de que la mentira se considere un pecado grave. Por favor, no nos engañemos a nosotros mismos tratando de blanquear la mentira o mezclandola con otras cosas. El catecismo de mi primera comunión la define así: «Mentir es decir lo contrario de lo que uno piensa con intención de engañar». Todos tenemos el derecho de cambiar de opinión y rectificar al comprobar que estábamos equivocados. De la misma manera, todos tenemos la obligación de ser hombres de principios y de palabra. Ni los principios ni la palabra debieran confundirse con las opiniones personales. La cita de Groucho Marx resulta obligatoria: «Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros». Tampoco se confunden con los objetivos personales. «Llegar al poder y mantenerse en él» es un objetivo compartido por todos los políticos. Los que merecen nuestro voto son los que tienen unos principios humanitarios que están fuera del mercadeo político. ¿Y qué decir de quienes niegan los hechos o no quieren exponerlos por miedo a ser condenados en los tribunales o las urnas? Estoy pensando en los tejemanejes entre Sánchez y Mohamed VI que han llevado a un cambio de los compromisos de España ante el pueblo saharaui. El partido socialista, el Parlamento y el pueblo español no pueden sentirse indiferentes ante esta flagrante ocultación de la verdad. Una cosa es cierta: «el mentiroso tiene las patas cortas».

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