Óscar Dejuán

Óscar Dejuán


Domingo de Ramos

25/03/2024

La semana grande de los cristianos, la Semana Santa, se encuadra entre dos domingos: el de ramos y el de resurrección. Por ponernos en contexto. La historia empezó cuando la criatura (el ser humano) quiso ser como el creador (Dios). De nada sirvieron las alianzas propuestas desde lo alto. Los hombres dieron la espalda a Dios, se enfrentaron unos contra otros y se condenaron a sí mismos. Al buen Dios no se le ocurrió otra cosa que enviar a su hijo, Cristo, para redimir al hombre del pecado y enseñarle cómo debe comportarse para ser feliz conviviendo con los demás. 
Tras tres años predicando la «buena nueva», Cristo se aventuró a entrar en la orgullosa capital de los judíos: Jerusalén. El Domingo de Ramos describe esta entrada triunfal. Le salieron a recibir las personas a las que Jesús había ayudado y los que albergaban la esperanza de convertirle en un ariete contra el invasor romano. El grito fue unánime: «Hosanna al hijo de nuestro rey David. Bendito el que viene en nombre del Señor». 
Se dejaba querer, pero sin echar leña al fuego. Parecía consciente de la superficialidad de tales vítores. Cuando cambiaran los vientos alentados por los líderes religiosos y políticos, esas mismas personas gritarían: «¡Crucifícale, crucifícale!», «¿Pero tú eres rey?», insistirá Pilatos. Jesús respondió con la poca fuerza que le quedaba: «Tú lo dices. Soy rey, pero mi reino no es de este mundo». En el Domingo de Ramos se vio claro lo que Jesús no había venido a traernos. El triunfalismo, la superficialidad, la venganza, confundir al enemigo… 
Las procesiones de Semana Santa, empezando por las del Domingo de Ramos, hay que vivirlas en silencio. Meditando los comportamientos de Cristo Redentor que rompen nuestros pobres esquemas humanos.

ARCHIVADO EN: Semana Santa, Jerusalén