José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Colas

29/11/2023

No soy de la tribu a los que les gusta salir todas las mañanas del trabajo a tomar un tentempié en el bar de al lado porque mi bolsillo adelgazaría y engordaría mi esfuerzo para llegar con cierta holgura a fin de mes. Pero esta mañana solo he desayunado un café y a mediodía no me ha quedado más remedio que salir del trabajo para tomar algo; sin combustible no hay motor que pueda aguantar la jornada laboral.
Antes de llegar al bar había una cola de gente esperando su turno a la puerta de un banco de alimentos para recoger la bolsa que les correspondía. Los cupones de hoy recuerdan a las cartillas de racionamiento de hace décadas. Había personas vestidas de manera normal, sin harapos y sin mugre en sus caras y manos, personas de las que ves por la calle y de las que por ningún motivo alcanzas a imaginar que no tienen dinero para vivir dignamente. Las veía erguidas y mirando al frente como si se esforzaran para que su dignidad no se derrumbara como un edificio herido por una bomba. No quise mirarlas más tiempo para evitarles la incomodidad de saberse observadas e incluso reconocidas; fui yo, en cambio, quien bajó la vista al suelo cuando anduve junto a ellos camino del bar.
Mientras mejía el café hasta marearlo, me acordaba de la cola que ayer por la tarde encontré en la sección de carnicería de mi supermercado; esperaba tanta gente con su tique de turno en la mano que decidí posponer la compra para esta tarde. Al salir pregunté a la cajera y me aclaró que son las compras prenavideñas antes de que suban los precios. Estas colas son las de la austeridad, colas del recorte, colas también de la precariedad. Si sumáramos los ciudadanos que entran en ambas colas, en todas las que a diario se repiten en España como la de esta mañana y como la de ayer por la tarde, la cifra sería vergonzante. Tan vergonzante, sin duda, como el empeño de algunos alcaldes en competir en altura en la construcción de sus árboles navideños, árboles de frío andamio y de luces hipnóticas, a cuyos pies hay gente que hace cola para pillar el mejor selfi mientras a poca distancia continúan las otras, las que no se ven o nadie quiere ver, las colas del bolsillo vacío y las de la cartera estrecha.